El recuento normal de glóbulos rojos es de 4,5 a 6 millones por milímetro cúbico para los hombres y de 4 a 5,5 millones por milímetro cúbico para las mujeres.
1. La médula ósea
1.1 La médula ósea
La médula ósea es un tipo de tejido que se encuentra en el interior de los huesos. Puede ser de dos clases: roja y amarilla. En la médula ósea roja se fabrican las células de la sangre. Este proceso de fabricación se denomina hematopoyesis o hemopoyesis. La médula amarilla se compone de grasa y no participa en la formación de la sangre. Durante la niñez, la mayor parte de la médula es roja, pero con el paso de los años, se convierte en amarilla, aunque puede volverse a convertir en médula roja si fuese necesario. La médula ósea roja, en los adultos, está ubicada en las costillas, el esternón, la columna vertebral, el cráneo, la escápula y la pelvis. La médula ósea roja (en adelante, médula ósea) contiene las células madre (o hemoblastos) que originan los tres tipos de células sanguíneas:
La médula ósea mantiene el número normal de los tres tipos de células sanguíneas, sustituyendo a las antiguas, que sufren muerte natural. Además, si necesitara aumentar el número de ellas, por cualquier motivo, la médula formaría con rapidez nuevas células. Por ejemplo, cuando hay una infección, la médula estimula la formación de leucocitos para combatirla y su número aumentará con rapidez.
1.2 Células sanguíneas se generan en la médula ósea
Cómo se ha mencionado en el apartado anterior, existen 3 tipos de células diferentes en la médula ósea, generadas a partir de las células madre:
- Los glóbulos rojos
- Los glóbulos blancos
- Las plaquetas
1.3 Glóbulos rojos, hematíes o eritrocitos
Los glóbulos rojos son discos bicóncavos (como una esfera hueca) compuestos de hemoglobina, una sustancia rica en hierro. Su función es transportar el oxígeno (al unirse el oxígeno a la hemoglobina) desde los pulmones a todas partes del cuerpo, ya que por su tamaño, forma y flexibilidad se pueden introducir entre pequeños espacios.
Los glóbulos rojos derivan de las células madre de la médula ósea y son, en origen, células con núcleo cuya maduración en la médula se lleva a cabo con la síntesis de la hemoglobina y la pérdida de función del núcleo, que finalmente es expulsado. En este momento, esa célula nueva se llama reticulocito, que se transforma en glóbulo rojo o hematíe cuando pierde material y se hace más pequeño. El glóbulo rojo ya maduro pasa al torrente sanguíneo.
La hormona que regula la formación de glóbulos rojos se llama eritropoyetina y se produce en unas células de los riñones. La función de la eritropoyetina es estimular a la médula para que forme más glóbulos rojos y que no falten en los momentos críticos, por ejemplo, en una hemorragia. Se puede administrar una hormona sintética de eritropoyetina en una inyección cuando la producción de los glóbulos rojos ha disminuido como consecuencia, por ejemplo, de la insuficiencia renal o la quimioterapia.
Los glóbulos rojos o hematíes tienen una vida media de unos 120 días y una vez llegados a su fin se eliminan por el hígado y el bazo. Para que se formen, la médula ósea necesita hierro, vitamina B-12, ácido fólico, vitamina B-6, entre otros elementos. Es muy importante incluir en la dieta alimentos que nos aporten estos nutrientes.
Estos son los parámetros normales más significativos que se relacionan con los glóbulos rojos:
La hemoglobina normal para los hombres es de 14 a 18 gramos por 100 mililitros de sangre y de 12 a 16 gramos para las mujeres.
El hematocrito es el porcentaje del volumen que ocupan los glóbulos rojos en la sangre, lo normal es de 42 a 54% para el hombre, y de 38 a 46% para las mujeres
Cuando hay una pérdida de sangre o existe una disminución de la producción de glóbulos rojos en la médula, como ocurre por ejemplo con ciertas enfermedades y durante la quimioterapia, estos valores descienden, hecho que conocemos como anemia. Si su descenso es leve, la persona puede notar una cierta fatiga, pero si el descenso es más pronunciado puede sentir cansancio, mareo e incluso dificultad para respirar. En este caso, es necesario descansar. Para recuperar la anemia es muy importante mantener una alimentación rica y suficiente y tomar alimentos que contengan hierro. Además, el médico recetará, si es necesario, un suplemento de hierro, inyecciones de eritropoyetina e incluso una transfusión sanguínea en caso necesario.
1.4 Leucocitos o glóbulos blancos
Los glóbulos blancos son los encargados de defender al organismo de las infecciones. Se producen a partir de la célula madre en la médula ósea, donde se almacenan, y se liberan al torrente sanguíneo cuando el organismo los necesita. Los glóbulos blancos viven en la sangre unas doce horas. Se diferencian de los glóbulos rojos porque poseen núcleo y son más grandes. El recuento total de leucocitos es de 5.000 a 10.000/mm3 y hay cinco tipos distintos: los neutrófilos, eosinófilos y basófilos, que forman el grupo llamado granulocitos, los linfocitos y los plasmocitos.
1.4.1 Granulocitos
Se llaman así porque poseen gránulos en su citoplasma. Constituyen aproximadamente el 60% del total de leucocitos. Hay tres tipos:
- Los neutrófilos son los leucocitos más numerosos (lo normal es un recuento entre 3000 y 7000/mm3) y son los primeros en acudir a una infección. Su función consiste en localizar y neutralizar a las bacterias, de tal forma que cuando las encuentran en un tejido se rompen y liberan sustancias que hacen que aumente la circulación de sangre en la zona y atraen a más neutrófilos, lo que provoca que la zona esté enrojecida y caliente.
- Los eosinófilos son los encargados de responder a las reacciones alérgicas. Lo que hacen es inactivar las sustancias extrañas al cuerpo para que no causen daño, y también poseen gránulos tóxicos que matan a las células invasoras y limpian el área de inflamación
- Los basófilos también intervienen en las reacciones alérgicas, liberando histamina, sustancia que aumenta la circulación sanguínea en la zona para que aparezcan otro tipo de glóbulos blancos y, además, facilitan que éstos salgan de los vasos sanguíneos y avancen hacia la parte dañada. También liberan heparina que disuelve los coágulos
1.4.2 Linfocitos, monocitos, células plasmáticas
Los linfocitos, constituyen un 30% del total de leucocitos (entre 1.000 y 4.000/mm3). Se forman en la médula ósea, pero luego emigran a los ganglios linfáticos, bazo, amígdalas, timo y en realidad a cualquier parte del cuerpo. Al contrario que los granulocitos, viven mucho tiempo y maduran y se multiplican ante estímulos determinados. No sólo luchan contra las infecciones. Por ejemplo, los linfocitos T matan a las células extrañas o infectadas, bien directamente o liberando linfocinas. También producen anticuerpos, que nos dan inmunidad frente a varias enfermedades (linfocitos B). Los anticuerpos son proteínas fabricadas para unirse y matar a un antígeno específico. Por ejemplo, el virus del sarampión. Los antígenos son sustancias que el organismo reconoce como extrañas y forma anticuerpos para matarla y conserva linfocitos con memoria para recordarla, así cuando vuelva a atacar el virus el cuerpo le reconocerá y le atacará más rápida y eficazmente.
Los linfocitos son los glóbulos blancos de menor tamaño (entre 7 y 15 μm), y representan del 24 a 32% del total en la sangre periférica. Presentan un gran núcleo esférico que se tiñe de violeta-azul y en su citoplasma frecuentemente se observa como un anillo periférico de color azul. Los linfocitos son células de alta jerarquía en el sistema inmunitario, principalmente encargadas de la inmunidad específica o adquirida.
Los linfocitos B, son los responsables de la respuesta humoral, es decir, de la producción de anticuerpos, proteínas (inmunoglobulinas) se adhieren a un antígeno específico (al cual reconocen de manera unívoca). Son capaces de reconocer antígenos de lípidos, proteínas y glúcidos. Es importante resaltar que los linfocitos B dan lugar a una serie de células especializadas en la producción de anticuerpos. La más característica es la célula plasmática.
Las células plasmáticas son glóbulos blancos encargados de la producción de anticuerpos (o inmunoglobulinas). Son células que una vez maduran desde un linfocito B, quedan residiendo en la médula ósea o en los tejidos linfáticos distribuidos por casi todos los órganos del cuerpo humano y no se suelen ver circulando por la sangre periférica salvo en circunstancias excepcionales. Una célula plasmática es un linfocito B que ha sido activado por un linfocito T colaborador ante la presencia de un antígeno (virus, bacteria, etc.). Una vez activados, los linfocitos B se transforman en células plasmáticas por un lado, y linfocito B de memoria por el otro. Este último memoriza la estructura del microorganismo invasor para que en caso de reaparecer inmediatamente se active un clon de células plasmáticas que comiencen a fabricar en gran escala los anticuerpos con los que señalizar los microorganismos patógenos para que otros glóbulos blancos puedan destruirlo.
Las células plasmáticas son linfocitos grandes con una elevada proporción núcleo celular/citoplasma y con un aspecto característico visto al microscopio óptico. Tienen un citoplasma basófilo y un núcleo excéntrico con heterocromatina dispuesta en una característica forma de “rueda de carro”. Su citoplasma también contiene una zona pálida que vista al microscopio electrónico contiene un extenso aparato de Golgi junto con los centriolos. La abundancia de retículo endoplásmico rugoso combinada con un buen desarrollo del aparato de Golgi son indicadores característicos de la especialización en fabricación y secreción de proteínas, en este caso anticuerpos (inmunoglobulinas).
Los monocitos, constituyen un 5% del total de leucocitos. Su función consiste en acudir a la zona de infección para eliminar las células muertas y los desechos. Contienen enzimas especiales con las que también matan bacterias. Se forman en la médula ósea y tras pasar por la sangre se distribuyen por todos los tejidos donde vigilan y cumplen sus funciones en los diferentes tejidos como la piel, los pulmones, el hígado o el bazo. En ocasiones maduran a otro tipo de células con funciones más específicas dentro de cada tejido donde asientan, como los osteoclastos del tejido óseo que se encargan de remodelar el hueso.
Cuando existe una infección, se produce inflamación, dolor, enrojecimiento, calor en la zona afectada, y fiebre. Eso significa que el organismo está luchando contra las sustancias extrañas y aumenta la formación de leucocitos, por eso, es normal que sus cifras estén altas en una analítica. Pero hay veces, como ocurre con el tratamiento de quimioterapia, que se ve afectada la médula y los leucocitos bajan por el efecto tóxico sobre las células de la quimioterapia (se denomina neutropenia si bajan los neutrófilos, o leucopenia si bajan los leucocitos en general) y la producción medular se ve afectada. Entonces hay más riesgo de producirse una infección grave, por lo que habrá que tomar una serie de precauciones:
El médico puede recetar algún antibiótico para prevenir infecciones y unas inyecciones que estimulan la formación de leucocitos en la médula ósea.
1.4.3 Las plaquetas
Las plaquetas (o trombocitos) son las células que previenen la hemorragia con la formación de coágulos. Se producen en la médula ósea a partir de una célula llamada megacariocito que proviene de las células madre. Las cifras normales de plaquetas en sangre son de 150.000 a 450.000/mm3 en sangre. La trombopoyetina es una hormona que estimula a la médula para la formación de plaquetas.
Las plaquetas se acumulan en las heridas, provocando una contracción del vaso sanguíneo y, tras una serie de reacciones químicas y junto con los factores de coagulación que intervienen, se unen entre sí y forman un coágulo de fibrina que detiene definitivamente la hemorragia. Las plaquetas viven unos diez días en la sangre.
Con la quimioterapia, las plaquetas también van a sufrir un descenso (se llama trombocitopenia si descienden por debajo de lo normal) y puede haber mayor riesgo de hemorragia, por lo que habrá que tomar unas precauciones:
- Evitar golpearse porque saldrán con mayor facilidad hematomas.
- Si existe un hematoma, mantener una presión suave por encima para que no aumente y vigilar que no vayan a aparecer más.
- Si se produce una herida, hay que desinfectar y limpiar y comprimir la herida durante un rato hasta que deje de sangrar.
- Al hacerse un análisis de sangre, hay que comprimir después el punto de punción, por lo menos 5 minutos para que no sangre.
- Usar un cepillo de cerdas suaves para el cepillado de dientes y tener cuidado para no dañar las encías.
- Vigilar que no haya sangre en la orina y en las heces (Hay que evitar el estreñimiento y ponerse enemas o tomar laxantes que produzcan irritación y riesgo de sangrado e infección).
1.5 Actividad normal de las células de la sangre
La producción de todas las células sanguíneas está muy regulada: tener demasiadas es tan malo como no tener suficientes. Como se explica anteriormente, las células sanguíneas son descendientes de las denominadas células madre que residen en la médula ósea. Estas células madre son precursoras que tienen el potencial de crear cualquiera de los tipos de células sanguíneas.
La formación de nuevas células sanguíneas depende de un cierto código, de manera muy parecida a los complicados mapas de construcción necesarios para producir un ordenador, un avión o un gran edificio. Cada célula de nuestro organismo lleva este mapa en su interior: es el denominado código genético o ADN.
Si el ADN de las células madre contiene errores, la producción de células sanguíneas deja de ser normal. Esto sucede normalmente en los Síndromes Mielodisplásicos (en adelante SMD): hay errores en el ADN de las células madre y en vez de producir células sanguíneas normales, el organismo produce células defectuosas, incapaces de cumplir sus funciones correspondientes, es decir, transporte de oxígeno, defensa contra microorganismos o producción de coágulos sanguíneos.
Algunas de las células sanguíneas “imperfectas” también mueren antes, de modo que el organismo no sólo tiene un problema con la producción sino con la supervivencia de las mismas.