1. El aparato circulatorio

1.1 La médula ósea

La médula ósea es un tipo de tejido que se encuentra en el interior de los huesos. Puede ser de dos clases: roja y amarilla. En la médula ósea roja se produce la hematopoyesis, que es el proceso de fabricación de las células de la sangre. La médula ósea amarilla, por su parte, es la parte interior del hueso compuesto principalmente por grasa y no interviene en la formación de la sangre. Durante la niñez, la mayor parte de la médula ósea es roja, pero con el paso de los años se convierte en amarilla.

En los adultos, la médula ósea roja (en adelante, médula ósea) se localiza principalmente en los huesos largos y planos como costillas, el esternón, la columna vertebral, el cráneo, la escápula y la pelvis. La médula ósea contiene los denominados hemoblastos o células madres que, al madurar, originan los tres tipos principales de células sanguíneas:

  • Los hematíes, eritrocitos o glóbulos rojos. Son las células encargadas de transportar el oxígeno a las células.
  • Los leucocitos o glóbulos blancos. Son las células encargadas de defender al organismo frente a las infecciones.
  • Las plaquetas. Son las células encargadas de evitar las hemorragias cuando existe una herida o corte en alguno de los vasos sanguíneos.

 

La médula ósea mantiene el número normal de los tres tipos de células sanguíneas, sustituyendo a las viejas que sufren una muerte natural programada, conocida con el nombre de apoptosis. Además siempre que sea necesario, la médula ósea es capaz de producir células de manera más rápida. Por ejemplo, cuando hay una infección, la médula estimula la formación de leucocitos para combatirla y su número aumenta con rapidez.

 

1.2 El sistema circulatorio

El sistema circulatorio es la estructura anatómica que está compuesta por:

  • Sistema cardiovascular
  • Sistema linfático

 

El sistema cardiovascular tiene como función distribuir los nutrientes y el oxígeno a las células del cuerpo y recoger los desechos metabólicos para después eliminarlos en los riñones a través de la orina, y por el aire exhalado en los pulmones. El sistema cardiovascular comprende el corazón, que actúa como una bomba que mantiene el conjunto en funcionamiento, los vasos sanguíneos (arterias, venas y capilares), que son los conductos que transportan la sangre y, la sangre, que es el líquido fluido que contiene las células producidas por la maduración de las células madre de la médula ósea.

Por su parte, el sistema linfático es un sistema de transporte que se inicia en los tejidos corporales, continúa por los vasos linfáticos y desemboca en la sangre, realizando un trayecto unidireccional.

Las funciones principales del sistema linfático son transportar el líquido de los tejidos que rodea a las células (principalmente sustancias proteicas) a la sangre porque debido a su tamaño no pueden atravesar la pared del vaso sanguíneo y recoger las moléculas de grasa absorbidas en los capilares linfáticos que se encuentran en el intestino delgado. El líquido que recorre el sistema linfático se conoce como linfa. Los conductos por los que circula la linfa son los vasos linfáticos que conectan con los ganglios linfáticos.

Los ganglios linfáticos son unas estructuras nodulares que se agrupan en forma de racimo y actúan como filtros de la linfa. Además, el sistema linfático está compuesto por los órganos linfoides, entre los que destacan el bazo y el timo, además de la médula ósea roja y las amígdalas.

 

1.3 La sangre

Como se ha mencionado en la sección “¿Qué es la médula ósea?”, las células madre producen 3 tipos principales de células sanguíneas que son:

  • Los glóbulos rojos, también denominados hematíes o eritrocitos.
  • Los glóbulos blancos, también denominados leucocitos.
  • Las plaquetas, también llamadas trombocitos.

 

Cada uno de estos tipos de células desempeña una función diferente, tal y como se describe a continuación.

 

1.3.1 Los glóbulos rojos, hematíes o eritrocitos

Los glóbulos rojos son unos discos bicóncavos, esto es con forma de esfera hueca, que se componen de hemoglobina. La hemoglobina es una sustancia rica en hierro cuya función es transportar el oxígeno desde los pulmones hasta el resto de células del cuerpo. Su tamaño, forma y flexibilidad les permiten introducirse en espacios pequeños.

Los glóbulos rojos derivan de las células madre de la médula ósea y son, en origen, células con núcleo cuya maduración en la médula se lleva a cabo con la síntesis de la hemoglobina y la pérdida de función del núcleo, que finalmente es expulsado. En este momento, esa célula nueva se llama reticulocito, que se transforma en glóbulo rojo o hematíe cuando pierde material y se hace más pequeño. El glóbulo rojo ya maduro pasa al torrente sanguíneo.

La hormona que regula la formación de los glóbulos rojos se llama eritropoyetina y se produce en unas células de los riñones. La función de la eritropoyetina es estimular a la médula para que forme más glóbulos rojos y que no falten en los momentos críticos, por ejemplo, en una hemorragia.

Para su formación la médula ósea necesita principalmente hierro, vitamina B-12, ácido fólico y vitamina B-6. De ahí la importancia de incluir en la dieta alimentos que contenga y nos aporten estos nutrientes.

Los niveles sanguíneos más significativos relaciones con los glóbulos rojos son:

  • El recuento normal de glóbulos rojos es de 4,5 a 6 millones por milímetro cúbico para los hombres y de 4 a 5,5 millones por milímetro cúbico para las mujeres.
  • La hemoglobina normal para los hombres es de 14 a 18 gramos por 100 mililitros de sangre y de 12 a 16 gramos para las mujeres.
  • El hematocrito, que es el porcentaje de volumen que ocupan los glóbulos rojos en la sangre, tiene sus valores norma- les entre el 42 y el 54% en hombres y entre 38 y 46% en mujeres.

 

Cuando hay una pérdida de sangre o existe una disminución de la producción de glóbulos rojos en la médula, como ocurre por ejemplo con ciertas enfermedades y durante la quimioterapia, estos valores descienden. Este hecho se conoce como anemia. Si el descenso que se produce es leve, la persona puede notar una cierta fatiga, pero si el descenso es más pronunciado puede sentir cansancio, mareo e incluso dificultad para respirar. Para recuperar la anemia es muy importante mantener una alimentación rica y suficiente, y tomar alimentos que con- tengan hierro. Además, el médico recetará si es necesario, un suplemente de hierro, inyecciones de eritropoyetina e incluso una transfusión sanguínea en caso necesario.

 

1.3.2 Los glóbulos blancos

Los glóbulos blancos son los encargados de defender el organismo frente a las infecciones. Se producen a partir de las células madre en la médula ósea, donde se almacenan, y se liberan al torrente sanguíneo cuando el organismo los necesita. Los glóbulos blancos viven en la sangre unas doce horas. Son de un tamaño más grande que los glóbulos rojos. El recuento total de leucocitos se encuentra entre 5.000 y 10.000 por milímetro cúbico y existen cinco tipos distintos:

  • Neutrófilos. Son los primeros que acuden frente a una infección. Lo normal es un recuento entre 3.000 y 7.000 unidades por milímetro cúbico. Su función consiste en localizar y neutralizar a las bacterias, de tal forma que cuando las encuentran en un tejido se rompen y liberan sustancias que hacen que aumente la circulación de sangre en la zona y atraen a más neutrófilos, lo que provoca que la zona se caliente y enrojezca.
  • Eosinófilos. Son los encargados de responder ante las reacciones alérgicas. Lo que hacen es inactivar las sustancias extrañas al cuerpo para que no causen daños.
  • Basófilos. También intervienen en las reacciones alérgicas, liberando histamina, que es una sustancia que aumenta la circulación sanguínea en la zona para que aparezcan otro tipo de glóbulos blancos y, además, facilitan que éstos salgan de los vasos sanguíneos y avancen hacia la parte dañada. También liberan heparina, que sirve para disipar los coágulos.
  • Linfocitos. Constituyen un 30% del total de leucocitos (entre 1.000 y 4.000 por milímetro cúbico). Al contrario que los granulocitos, viven durante mucho tiempo y maduran y 
se multiplican ante determinados estímulos. No sólo luchan contra infecciones, sino que también matan a células extrañas y producen anticuerpos, que son proteínas fabricadas para unirse y matar a un antígeno específico, que nos proporcionan inmunidad. Los antígenos son sustancias que el organismo reconoce como extrañas, forma anticuerpos para matarlas y conserva linfocitos con memoria para recordarla, con el objetivo de reconocerla y eliminarla más rápida y eficazmente si vuelve a atacar.
  • Monocitos. Constituyen un 5% del total de leucocitos. Su función consiste en acudir a la zona de infección para elimi- nar las células muertas y los desechos. Contienen enzimas especiales con las que también pueden matar bacterias. Se forman en la médula ósea y, tras pasar por la sangre, vigilan y cumplen sus funciones en los diferentes tejidos como la piel, los pulmones, el hígado o el bazo.

 

Cuando existe una infección, se produce inflamación, dolor, enrojecimiento, calor en la zona afectada, y fiebre. Eso significa que el organismo está luchando contra las sustancias extrañas y aumenta la formación de leucocitos, por eso, es normal que sus cifras estén altas en una analítica. Pero hay veces, como ocurre con el tratamiento de quimioterapia, que se ve afectada la médula y los leucocitos bajan (se denomina neutropenia si bajan los neutrófilos, o leucopenia si bajan los leucocitos en general) y la producción medular se ve afectada. Entonces hay más riesgo de producirse una infección grave, por lo que habrá que tomar una serie de precauciones:

  • Evitar sitios cerrados con mucha gente en poco espacio.
  • No estar en contacto con personas resfriadas o con otra infección.
  • Mantener una buena higiene personal, mantener la piel limpia y seca y lavarse las manos con frecuencia.
  • Tener cuidado con la boca al comer para evitar heridas y lavar­ bien los dientes con frecuencia.
  • Beber muchos líquidos para que la orina no esté concentrada y así eliminar toxinas más fácilmente y evitar que se produzca una infección urinaria.
  • Lavar y desinfectar bien cualquier herida, vigilando que no empeore.
  • Comer los alimentos bien cocinados evitando los crudos, ahumados y los productos de origen dudoso o con mal aspecto. Lavar y pelar bien las hortalizas y fruta que se tomen frescas.

 

El médico puede recetar algún antibiótico para prevenir infecciones y unas inyecciones que estimulan la formación de leucocitos en la médula ósea.

 

1.3.3 Las plaquetas

Las plaquetas (o trombocitos) son las células que previenen la hemorragia con la formación de coágulos. Se producen en la médula ósea a partir de una célula llamada megacariocito que proviene de las células madre. Las cifras normales de plaquetas en sangre son de 150.000 a 450.000/mm3 en sangre. La trombopoyetina es una hormona que estimula a la médula para la formación de plaquetas.

Las plaquetas se acumulan en las heridas, provocando una contracción del vaso sanguíneo y, tras una serie de reacciones químicas y junto con los factores de coagulación que intervienen, se unen entre sí y forman un coágulo de fibrina que detiene definitivamente la hemorragia. Las plaquetas viven unos diez días en la sangre.

Con la quimioterapia, las plaquetas también van a sufrir un descenso (se llama trombocitopenia si descienden por debajo de lo normal) y puede haber mayor riesgo de hemorragia, por lo que habrá que tomar unas precauciones:

  • Evitar golpearse porque saldrán con mayor facilidad hematomas.
  • Si existe un hematoma, mantener una presión suave por encima para que no aumente y vigilar que no vayan a aparecer más.
  • Si se produce una herida, hay que desinfectar y limpiar y comprimir la herida durante un rato hasta que deje de sangrar.
  • Al hacerse un análisis de sangre, hay que comprimir después el punto de punción, por lo menos 5 minutos para que no sangre.
  • Usar un cepillo de cerdas suaves para el cepillado de dientes y tener cuidado para no dañar las encías.
  • Vigilar que no haya sangre en la orina y en las heces (Hay que evitar el estreñimiento y ponerse enemas o tomar laxantes que produzcan irritación y riesgo de sangrado e infección).

 

1.4 Actividad normal de las células de la sangre

La producción de todas las células sanguíneas está muy regulada: tener demasiadas es tan malo como no tener suficientes. Como se explica anteriormente, las células sanguíneas son descendientes de las denominadas células madre que residen en la médula ósea. Estas células madre son precursoras que tienen el potencial de crear cualquiera de los tipos de células sanguíneas.

La formación de nuevas células sanguíneas depende de un cierto código, de manera muy parecida a los complicados mapas de construcción necesarios para producir un ordenador, un avión o un gran edificio. Cada célula de nuestro organismo lleva este mapa en su interior: es el denominado código genético o ADN.

Si el ADN de las células madre contiene errores, la producción de células sanguíneas deja de ser normal. Algunas de las células sanguíneas “imperfectas” también mueres antes, de modo que el organismo no sólo tiene un problema con la producción sino con la supervivencia de las mismas.

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